jueves, 20 de junio de 2013

Ya está descansando

Por: Natali Barrios.

Es doloroso como los seres humanos no aceptamos la partida de un ser querido. El corazón siente un dolor grande que hace que nuestros ojos se llenen de lágrimas.

Una canción, una frase, un objeto, hace que a nuestra mente venga el recuerdo maravilloso de esa persona que por cuestiones del destino se nos adelantó. 
 
Escribo esta columna en honor a mi abuelo, un hombre ejemplar, lleno de amor incondicional que siempre compartió. Además nos enseñó a ser personas humildes y de buen corazón. Fue un 28 de agosto de 1919 que el vino a este mundo, según nos contaba, durante su niñez y parte de su juventud vivió con sus padres Emilio Barrios Barrios originario de San Lorenzo, San Marcos, y Luz Mazariegos Arévalo de descendencia Alemana, con quienes compartió el amor por la familia y el trabajo.

A los 19 años junto a mi abuela “Conchita Ortíz”, de descendencia mexicana, decidieron unirse en matrimonio, a ella según contaba se la tuvo que “robar”, porque sus padres decían que él -mi abuelo- era un “mujeriego y que nada más le haría la malogra a la patoja”. El amor era tan fuerte y con el esfuerzo de ambos construyeron un “ranchito” en un terreno que le habían heredado a mi abuelo, alejado de la bulla, allá en medio del bosque, donde construyeron su nidito de amor.

Con el pasar de los años, como los padres de ambos eran terratenientes les heredaron una parcela a cada uno, mi abuelo que trabajaba como arriero -hacia viajes con patachos de mula- logró agenciarse de dinero, comprar ganado y finalmente compraron las herencias de sus hermanos, –los hermanos y hermanas de mi abuela también –, llegando a tener dos haciendas de más de una caballería de terreno.

Su disciplina hizo que crecieran económicamente, pero a pesar de ello, la pareja Barrios Ortíz, conservaba su humildad y el amor por ayudar al prójimo. Como resultado de su amor incondicional procrearon 12 hijos, nueve hombres y 3 mujeres, todos ya casados, con hijos e hijas, y nietos.

Él era un hombre de pocas palabras, muy serio, pero comprensivo, de carácter fuerte, pero buen amigo, yo compartí con él 23 años de mi vida. Recuerdo muy bien cuando me cargaba en su espalda y me llevaba a la loma. –Yo tenía de a cuatro o cinco años–, el iba a ver el ganado o a ver a la gente que sembraba milpa, en esa ocasión a pesar que me llevaba en su espalda, yo pedía agua, y con sus palabras me dijo: “aquí está tu agua hija de la chingada y me dio dos nalgadas”, bueno en realidad ni me golpeó fue una manadita leve…

Y para contar todo lo que un abuelo hace por un nieto, nunca terminaría, recuerdo que no le gustaba que mis papás me regañaran, eternamente nos guardaba de todo lo que él comía, también cada vez que salía al mercado o viajaba a su hacienda, siempre, siempre traía algo, –dulces, golosinas–, para los chicos de la casa, como nos decía a mis hermanos y a mí.

La edad fue avanzando y con ello cada vez se volvía más vulnerable a todo, era más sentimental, era un hombre afectivo, tenaz y amoroso, le encantaba cantar, echarse su grito de “Ajuuua”, bromear, aunque su forma de expresión era prosaica e insulsa, gozábamos junto a él. 
 
Sus modismos al hablar jamás los olvidaremos, por ejemplo cuando quería referirse a alguien que no era de su agrado, solo decía “ese ixcanal”, si él no estaba prevenido de un beso o un abrazo, fijo nos decía “chucho”, sólo en el recuerdo quedará el “güira”, “mula”, “chica”, y cada concejo y ejemplo de amor que brindó no sólo a los que estaban cerca de él sino a todos los que lo conocieron.

Del 19 de agosto de 1919, al 09 de junio de 2013, casi 94 años estuvo en esta tierra donde dejó un recuerdo inolvidable, de su perseverancia y amor.

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