viernes, 10 de mayo de 2013

Un poema para las madres

Por: Jimmy Cárdenas.
“Hoy te quiero enaltecer milagroso ser que das parte de tu ser para dar vidas, y aún tu vida das por proteger el fruto de tus entrañas”.

“Matan a fémina”, “Encuentran a mujer desmembrada”, “Matan a embarazada”, “Violan a dos mujeres”, “Mueren lapidadas”.

Estos son algunos titulares de matutinos en Guatemala, que sólo reflejan el estado de inseguridad, la desigualdad  de género, el machismo,  el descuido y las falta de voluntade política que manifiestan que en nuestro país ser mujer  es un reto. Hoy no escribo una columna para seguir  quejándome de los problemas socioeconómicos que tenemos  en Guatemala, de los miles que existen. 
Quiero dedicar estas líneas a todas aquellas bellas mujeres, que día tras día buscan el desarrollo individual o colectivo, estoy seguro que estas líneas no la leerán muchas mujeres del área rural donde poco se sabe de tecnología, pero estaré lanzando una oración al infinito, a las estrellas, a los ángeles que me escuchan,  quiero que  ellos sean portavoz de mis plegarias, para que el Divino Creador las guíe, las proteja, las bendiga y les siga dando entendimiento ya que ellas son el pilar fundamental de un núcleo familiar.

Ojos risueños,  dulce tu aroma;  
como agua  agitada 
en el océano  mi amor 
por ti navega,  
preciosa como la Rosa, 
mujer hermosa  manos de seda,  
serena como la aurora, 
hoy te quiero enaltecer 
milagroso ser que das 
parte de tu ser  para dar vidas, 
y aún tu vida das por proteger  
el fruto de tus entrañas.

Manos que forjan 
en hora buena, 
tu sabiduría se desliza 
como brisa o rocío 
frente el alba, 
consejera de mil maneras, 
tus regaños consejos de literario, 
tus palabras promesas 
en mi plegaria, 
tu voz resuena como trompeta 
de ángel que en mí rebota.

Mujer hermosa 
hasta el jardín umbroso 
que cultivo en mis  sueños cuidas, 
no te cansas todo el día,  
estás despierta noche y día, 
eres vigilante en los silencios, 
atenta a tus hijos, 
mujer protectora, 
vinisteis a traernos paz y alegrías,  
¡dulce señora!

Eres igual a un árbol 
cuya fronda llena 
de nidos nos protege y canta. 
Todos mis cariños se dispersan, 
y todos mis rosales se deshojan, 
y todas las fragancias se me alejan. 
Sólo me quedas tú, 
piadosa y noble, 
como nombre de amor 
entre mis quejas, 
como hilo de agua 
en el desierto, 
como rosa de luz entre la selva.

Llama siempre a tu madre 
cuando sufras, 
que vendrá muerta o viva; 
si está en el mundo, 
a compartir tus penas; 
y si no, a consolarte desde arriba.

¡Felicidades a todas las madrecitas en su día!

 “La mano que mece la cuna, es la mano que gobierna al mundo”. - W. S. Ross.

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