miércoles, 1 de mayo de 2013

El génesis de un futuro incierto

Por: Gustavo Vicente.
 
"Nos cuesta aceptar, ya sea por conveniencia o por indiferencia, que en nuestro país hay niños y niñas que han fallecido por causa del hambre".

En una ocasión, cuando aún era niño, llegó a mis manos una revista que trataba sobre la hambruna que azota a los países africanos por diversas causas como las sequías, las guerras, entre otras. 
 
En unas imágenes impactantes pude ver el efecto devastador que el hambre provoca en la niñez de África, en ese momento creí que esa situación era un problema que sólo se daba en el continente mencionado. Sin embargo, con el paso de los años fui adquiriendo conciencia de la realidad nacional y entonces me percaté de que la desnutrición es un problema que también existe en mi país, Guatemala.

A decir verdad el tema de la desnutrición infantil es algo que muchos de nuestros gobiernos y la sociedad en general han tratado como un “secreto a voces”. A algunos les avergüenza hablar acerca de ello, algunos otros no lo aceptan, y al resto simplemente no les importa. 
Nos cuesta aceptar, ya sea por conveniencia o por indiferencia, que en nuestro país hay niños y niñas que han fallecido por causa del hambre. Según las estadísticas en nuestro país la desnutrición crónica afecta al 49% de los niños de entre 3 y 59 meses de nacidos, de los cuales la mayoría son indígenas y viven en el área rural en condiciones de pobreza. 
 
De acuerdo con las cifras Guatemala tiene una de las tasas de desnutrición más altas en el mundo y la mayor de toda Latinoamérica y el Caribe. Esta situación al final no sólo afecta la salud de los guatemaltecos sino también su economía. 
 
La mala nutrición de un niño tiene un impacto negativo directo sobre su productividad en la edad adulta. Esto significa que la persona que sufrió desnutrición cuando era niño en el futuro no solo será más propenso a tener una mala condición de salud sino que también tendrá menos expectativas de ingresos y de oportunidades laborales. Lo cual fortalece todavía más el círculo vicioso de la pobreza.

Me queda claro que la desnutrición representa para nuestra niñez, además del dolor y del sufrimiento, el comienzo de un futuro incierto no solo para ellos sino para el país entero. Los efectos negativos de este flagelo con el paso del tiempo se convierten en pérdidas económicas ya sea por el gasto que hay que hacer para combatir el problema, o bien ya sea por el bajo rendimiento físico e intelectual de la persona que padeció desnutrición infantil.
 
Frente a este panorama me pregunto: ¿acaso no son nuestros niños y niñas quienes un día han de llevar las riendas de Guatemala? Y si es así, ¿qué tipo de futuro le espera entonces a Guatemala? ¿Será uno promisorio o será uno incierto? El tiempo lo dirá.

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