jueves, 2 de mayo de 2013

La sociedad del semáforo



Por: Luis Villagrán.
  
"Es como si en cada semáforo se resumiera la existencia".

A veces se me ha dado por quedarme quieto durante un buen rato viendo los semáforos.  El sólo observar cómo cambian de color durante determinado tiempo es hermoso. Ahí estoy durante quince o veinte minutos en pleno alucín. 


Y es que también todo pasa. Es un pequeño circo de emociones chiquitas y baratas.


Me refiero a todo eso que puede pasar durante aproximadamente treinta segundos que puede durar una luz roja encendida. Y en ello se pueden resumir varios aspectos, o mejor dicho, se puede entrever como podríamos ser en realidad.

Los he visto a quienes arrugan el rostro y sostienen el timón con cierta furia. Los he visto a aquellos que esperan llegar a un trabajo que posiblemente no les gusta.  Los he visto a aquellos un poco más felices. Los he visto a aquellos un poco frustrados. Los he visto a aquellos sin pena de nada. Los he visto a aquellos amargados. También he visto a aquellos vengativos. Pero quizá a los que más he visto, son a los desesperados.


Y con cada luz roja aparece cada ser: el niño pequeño haciendo malabares con naranjas o limones, la señora que vende frutas de la temporada, el chavo que te limpia el vidrio, el señor que vende recargas electrónicas y accesorios para celular.


Es como si en cada semáforo se resumiera la existencia. Y a veces me pregunto si ha sido un alucín o no poder estar ahí perdiendo el tiempo observando todo eso mientras cae la tarde. Ver cómo avanza o se detiene el movimiento de la vida, en tanto otras cicatrices nacen o se abren en este fragmentado lugar.


A veces cierro los ojos y veo todo eso en cámara lenta y sólo puedo sentir cierto frío que a pesar del calor me hace pensar que solamente todos estamos esperando algo, ese algo que dé un punto de partida para largarnos o atrevernos.


Es como si esperar esa luz verde representara la esperanza, es como si esa luz pudiese cambiar la vida. Y cuando se pone en marcha el carro todos sienten un brutal alivio y no es para más, que también es por ese temor a terminar bien plomaceados dentro del carro, o en menos grado esperar a que un desconocido te toque la ventana, te pida las cosas y se vaya.


Da el verde y algunos avanzan, los que no pueden pasar esperan e inician de nuevo todo el ciclo. Aparecen los vendedores y malabaristas. Y otra vez el alucín.

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