lunes, 6 de mayo de 2013

¿Por qué no un elogio a los veinte?

Por: Vivi González.

"A los treinta sabes que el amor no está en esa forma turística del romance sino en el encanto del atardecer en una esquina cualquiera. Entiendes que una pareja no es el principio ni el final de nada y sabes despedirte con elegancia".

Hace meses leí un artículo llamado “Elogio de los treinta años” de Lizzy Cantú, editora de la revista peruana Etiqueta Negra. Me pareció interesante la descripción que hace de las mujeres en una sociedad llena de estereotipos, en donde las personas están acostumbradas a ver a las mujeres casadas antes de los 30 años;  si no lo estas te conviertes en una solterona que el tren ya te dejó. La preocupación aumenta si no tienes un hijo, porque tu reloj biológico no es eterno.

Nos han vendido la falsa urgencia de que los treinta son la fecha de caducidad de nuestros sueños y metas. Correr de espanto porque no querer convertirnos todavía en personas adultas. Porque se nos acababan las excusas y los mientras, a los veinte  podemos subirnos a bailar en la mesa, borracha, sin mayores consecuencias. A los treinta no eres una achispada chica alegre, sino una mujer alcohólica. Los veinte son preciosos eso no significa que la sociedad no te juzgue ni te presione.

A los treinta cumplir años pierde la gracia si sientes que no has logrado nada. En esa fecha se deja de ser una joven promesa. Cada una de las cosas que empezaste a hacer “por mientras” ahora te define. Llegar a los treinta debería ser una tragedia si se vive en ciertos países de África, porque significa que te quedan seis años más de vida. También lo era en la década de los sesenta, cuando las latinoamericanas promedio vivían sesenta y dos años. Pero las estadísticas del siglo XXI, indican que a los treinta no hemos llegado aún al intermedio de nuestras vidas. ¿Entonces por qué sentirnos sentimos viejas?

Cuando tienes veinte crees que en una década todos tus problemas estarán resueltos. Te preocupas por cosas innecesarias, que la sociedad se encarga de recordarte en todo momento. A los treinta empiezas a cosechar; tu llavero y tu cartera dan fe de tus responsabilidades y privilegios.  Cuando tienes veinte tus papás cubren, los problemas que se te sale de las manos. Eso no significa que no seamos responsables a los veinte, es que no confían en ti.

Pasando los treinta no te queda otra que mirar alrededor y darte cuenta de que tus amigos mayores son adultos de verdad: tienen deudas, hijos, canas. Los amigos más progre se compran perros para engañar el reloj biológico. Escuchan el tic-tac y miran hacia otro lado. Otros se operan, se divorcian, se pintan el pelo, apadrinan niños de la calle. Intentan darle sentido a lo que hacen, negocian con el calendario.

No tuve que esperar a tener treinta para ver a mis amigos así. Es que ellos corrieron para sentirse adultos. Y yo me quedé sentada de espectadora viendo como adquirían más responsabilidades. Por eso me sorprende cuando adolescentes quieren llevar una vida de veinteañera y tener responsabilidades de treintañera, cuando apenas tienen 15.

Si a los treinta no te has reconciliado con tu cuerpo, no lo harás nunca. Te vuelves cómplice de tu cuerpo porque aceptas por fin que es el único que vas a tener. Aprendes a jugar junto con él y no contra él. Lo has domado y convencido de que te pertenece y no al revés. ¿Por qué esperar hasta los treinta para reconciliarnos con nuestro cuerpo si lo podemos hacer desde los veinte? No necesitas tener un cuerpo espectacular para ser feliz.

 A una treintona no se le acusa de caprichos hormonales: llora y pelea porque lo ha decidido, no porque sea ese día del calendario, como en los veinte. Posiblemente ese día es cuando más ama su cuerpo: aprecia que todavía funciona. Mientras que a los veinte renegamos esa virtud que solo las mujeres tenemos.

A los treinta sabes que el amor no está en esa forma turística del romance sino en el encanto del atardecer en una esquina cualquiera. Entiendes que una pareja no es el principio ni el final de nada y sabes despedirte con elegancia. Aunque para eso no necesariamente tiene que llegar a los treinta.  A los veinte tomas fotos de cada momento simbólico y de visitas los lugares comunes de la vida en pareja, también te concentras en disfrutar cada momento.

A los veinte o a los treinta; solo entiende que el futuro está sentado desde hace semanas en la sala de tu casa y no lo reconoces. Te saluda todas las mañanas en el espejo. “Esta es la mujer que vas a ser”. No importa la edad que tengas disfruta cada momento de tu vida sin los estereotipos que la sociedad trata de imponerte.

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