Por: Rodrigo Méndez.
Ignorar
el sufrimiento de los niños desnutridos o de la calle, vendedores
ambulantes, familias rotas por la violencia y todo lo que conlleva
tener un país tercermundista, es la peor de las perdiciones de nuestra
especie humana.
Como
seres pensantes tenemos la capacidad de sentir lo que le pasa a nuestra
familia, amigos o incluso a un desconocido que aparece de la nada y nos
conmueve con su vida o sus relatos.
Pero,
¿qué pasa cuando vemos a alguien en la calle con los síntomas de la
pobreza extrema?, luego justificamos que eso le pasa por tener padres
irresponsables, ser delincuente, ser prostituta o no haber estudiado.
Hemos
ido perdiendo con el paso de los años, las tecnologías, las películas
extranjeras y nuestra vida acomodada, la capacidad de sentir lo que le
pasa a los demás, disfrazando nuestro corazón con justificaciones
ambiguas.
En
el eslabón de los sentimientos se encuentra la compasión, que en
términos de Wikipedia, es la sensación de “sufrir juntos” o “tratar
con emociones”. La compasión también es ante todo un estado donde se
entiende al otro.
El
Ché Guevara decía en la carta que envió a sus hijos como despedida:
“Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia
realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la
cualidad más linda del revolucionario."
Sin
el ego de quizás querernos sentir revolucionarios o el hecho de
pretender serlo en nuestro país, hay que entender que Guatemala es una
nación en donde pasan todos los problemas sociales del mundo.
Como decía el fotoperiodista Rodrigo Abd: “Guatemala tiene todos los
problemas de Latinoamérica, sólo que potencializados por 10”. Tambien
nuestro país está construido bajo muchos espejos donde nos podemos ver
reflejados en cualquier momento. Quien no tiene un familiar, amigo o
vecino que sea alcohólico, madre soltera o que la violencia le haya
arrebatado la vida a un hermano.
Como
también mencionaba Abd en una entrevista a Plaza Pública, debemos
pensar cuantos son los pasos que tenemos que caminar o que
inconscientemente llevamos caminando, para llegar a un estado como el
de las personas marginadas de este país.
El
hecho no está en darles algunas monedas o por lo menos ahora voltearlos
a ver. El hecho más importante estaría en escucharlos un rato, en
invitarlos a comer, en exigir que los gobiernos los apoyen. Entonces
empezaríamos con el valor de la “solidaridad”.
Sentir
lo que le pasa a los demás hará entender nuestra propia vida,
encuentros así nos ayudan a valorar lo que Dios nos da a todos y lo que
muchas veces la sociedad nos quita.
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