Por: Luis Villagrán.
"Es como si en cada semáforo se
resumiera la existencia".
A veces se me ha dado por
quedarme quieto durante un buen rato viendo los semáforos. El sólo observar cómo cambian de color durante
determinado tiempo es hermoso. Ahí estoy durante quince o veinte minutos en
pleno alucín.
Y es que también todo pasa. Es un
pequeño circo de emociones chiquitas y baratas.
Me refiero a todo eso que puede
pasar durante aproximadamente treinta segundos que puede durar una luz roja encendida.
Y en ello se pueden resumir varios aspectos, o mejor dicho, se puede entrever
como podríamos ser en realidad.
Los he visto a quienes arrugan
el rostro y sostienen el timón con cierta furia. Los he visto a aquellos que esperan
llegar a un trabajo que posiblemente no les gusta. Los he visto a aquellos un poco más felices. Los
he visto a aquellos un poco frustrados. Los he visto a aquellos sin pena de
nada. Los he visto a aquellos amargados. También he visto a aquellos
vengativos. Pero quizá a los que más he visto, son a los desesperados.
Y con cada luz roja aparece
cada ser: el niño pequeño haciendo malabares con naranjas o limones, la señora
que vende frutas de la temporada, el chavo que te limpia el vidrio, el señor
que vende recargas electrónicas y accesorios para celular.
Es como si en cada semáforo se
resumiera la existencia. Y a veces me pregunto si ha sido un alucín o no poder
estar ahí perdiendo el tiempo observando todo eso mientras cae la tarde. Ver cómo
avanza o se detiene el movimiento de la vida, en tanto otras cicatrices nacen o
se abren en este fragmentado lugar.
A veces cierro los ojos y veo
todo eso en cámara lenta y sólo puedo sentir cierto frío que a pesar del calor
me hace pensar que solamente todos estamos esperando algo, ese algo que dé un
punto de partida para largarnos o atrevernos.
Es como si esperar esa luz
verde representara la esperanza, es como si esa luz pudiese cambiar la vida. Y cuando
se pone en marcha el carro todos sienten un brutal alivio y no es para más, que
también es por ese temor a terminar bien plomaceados dentro del carro, o en
menos grado esperar a que un desconocido te toque la ventana, te pida las cosas
y se vaya.
Da el verde y algunos avanzan,
los que no pueden pasar esperan e inician de nuevo todo el ciclo. Aparecen los
vendedores y malabaristas. Y otra vez el alucín.
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