Por: Rosa Elisa Pérez.
"Pocos creen que de verdad el
mundo pueda acabarse por la contaminación".
Afuera de mi casa por suerte no tengo vecinos. Pero
las calles cuentan miles de historias. Mi suegra Mari de Mayorga aún recuerda
el sonido del tren cuando pasaba cerca de la casa, aunque tiene más presente la
imagen de los niños que corrían y se colgaban de los vagones.
Muy enterradas y poco visibles se ven las dos
líneas del carril férreo que conducía hasta Tecún Umán y cruzaba la frontera
con México. El tren ya tiene más de dos décadas de no funcionar, pero ¿qué ha
pasado con ese espacio?
Actualmente en el municipio donde vivo Coatepeque,
Quetzaltenango, las líneas del tren han sido ocupadas por familias. Algunos han
puesto madera y nailon para vivir. Otros hacen pequeñas bases de block con lámina.
Estas casas por llamarlas de algún modo, no cuentan con los servicios básicos y
en algunas hay inodoros ciegos, que son agujeros que abren en la tierra para
poder utilizarlos como sanitarios.
Cuando camino, a tan sólo cien metros
aproximadamente puedo ver la primera “covacha” como le llaman los vecinos, el
aspecto de estas personas en su mayoría no es higiénico y los niños siempre los
ves bañados de tierra. Lo que más llama la atención es el mal olor que provocan
estas viviendas y me pregunto cómo la gente puede vivir ahí. Estos lugares te
ponen a reflexionar y a querer darles otro lugar para vivir pero no lo puedes
hacer. No tienen otro lugar a donde ir.
En otros espacios los mismos vecinos han creado
basureros clandestinos que provocan olores fétidos y contaminan las viviendas
alrededor. Las autoridades han querido regular estos terrenos colocando rótulos
como “No tire basura. Multa 500 quetzales”, pero creo que todos los que tiran
se vuelven analfabetas pues no hacen caso al letrero.
Cuando se habla de contaminación se piensan en
cosas grandes pero en realidad son los actos pequeños que realizamos a diario
que provocan estos cambios climáticos. A tan solo tres cuadras debajo de mi
casa pasa un río que funciona como desagüe pues el olor es repúgnate. Lo más
grave es que todos se han acostumbrado a vivir con ese olor y ya no les
incómoda. Aun escucho comentarios de personas que dicen que el agua no se contamina
con basura y que el río se cura solo.
Vivo a tan sólo dos kilómetros del centro de la
ciudad y eso me ubica en un barrio céntrico pero contaminado. En mi municipio
existen diversos problemas que contaminan y dañan el medio ambiente pero más
hemos sido notros quienes no limpiamos nuestro alrededor.
La calle afuera de mi casa está muchas veces
llena de basura porque las personas van comiendo y caminando y como creen que
nadie los ve tiran la basura en la calle. Muy pocos se detienen a pensar que a
los tragantes es a donde va a parar la mayoría de residuos.
A pesar del esfuerzo de crear un Día mundial del
Agua, Día mundial de la Tierra aún he conocido personas que creen que los anuncios
de los medios de comunicación son una exageración. Pocos creen que de verdad el
mundo pueda acabarse por la contaminación. Pero esta vez el intenso calor de
los últimos días está haciendo pensar a quienes aún creen que no es un
problema.
La conciencia es un valor que debe nacer en cada
uno de nosotros pues los humanos somos los responsables de cuidar los recursos
que tenemos para vivir. El lavarnos los dientes con un vaso de agua, y
el reutilizar los recursos es trabajo de cada uno.
Algunos son tan ciegos a la realidad que sólo responsabilizan a las autoridades
y como no ven más allá de su barrio o aldea no saben que grandes empresas
contaminan nuestra Guatemala.
Entonces, será necesario de verdad que todos
pierdan los recursos para saber lo que tienen o tal vez deberían probar vivir
en una “covacha” y saber lo previlegiados que son por poseer una casa. Ojala y
dentro de una década no se aplique el dicho de nuestros abuelos “nadie sabe lo
que tiene hasta que lo ve perdido”.
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