Por: Julia Damacio.
"Tengo la responsabilidad como persona consciente, de transmitir a mis hijos las historias que llevo en mi memoria, las que no viví, pero escuché y leí".
Cuando
tenía aproximadamente siete u ocho años, visitaba a mis abuelos
paternos, quienes vivían en la Aldea Copadito, del municipio de Santo
Domingo, Suchitepéquez. Era una fascinación escuchar sus historias. Mi
abuela me sentaba en sus piernas y acariciaba mi cabello y los dedos de
mi mano, mientras yo escuchaba sus narraciones.
En
varias ocasiones, y con una profunda tristeza en sus ojos, mi abuela
(Q.E.P.D.) nos contó, a mis hermanos, mis padres y a mí, lo que vivió
durante el conflicto armado interno. Nos dijo, casi con lágrimas en sus
ojos: “tuve que esconder a sus tíos para que el ejército no se los
llevará… me daba lástima ver como maltrataban a los muchachos, porque
creían que eran guerrilleros”.
Dijo
en esa ocasión: “me asustaba tanto mija, ver el montón de camiones
llenos de soldados… siempre que los miraba que venían sentía que era la
última vez que miraría el sol porque seguro a matar gente pasaban”…
El
viernes 10 de mayo de 2013, al ver y escuchar la transmisión de la
sentencia por el delito de Genocidio, contra el ex general José Efraín
Ríos Montt, se me erizaba la piel, mi mente volvió a revivir aquel día
en que la abuela me (nos) contó, las barbaridades que el ejército
cometía, comandado en aquella época por el sujeto en mencionado, y
pensé: mi abuelita no pudo ver esto, pero yo sí. Y se lo contaré a los
hijos que un día tendré.
En
cierta ocasión, al igual que a otros, también que preguntaron por qué
me importa lo que pasó durante el Conflicto Armado Interno, si yo ni
había nacido cuando todo eso ocurrió. Respondí, claro
que me importa porque es la historia de la tierra en que nací, porque
tengo conciencia, porque soy guatemalteca, porque en mis venas corre
sangre maya, porque mi familia fue víctima de esas aberraciones. Mi
abuela perdió a sus hermanos en manos del ejército.
Y
cómo no tener conciencia, y ser indiferente ante lo que vivieron mis
paisanos, mis hermanos. Cómo pueden negar aún algunos, que no hubo
genocidio, si existen pruebas físicas y testimoniales de la tierra
arrasada en mi Guatelinda.
Comparto
algunos testimonios textuales, de las primeras cinco mujeres de la
comunidad ixil, que fueron víctimas de violencia sexual, en manos del
ejército, quienes declararon en el juicio contra el ex general:
“Estuvimos
en el calabozo como 15 días, entre la sangre de la gente que ya habían
matado,” declaró la primera mujer. “A mi hija la violaron cuatro,
mientras agarraban a mi hijo”.
"Me agarraron manos y pies, y me abrieron. No sólo a mí, a mi mamá también”, relató la segunda testigo. "Me dijeron que había paz, ¿qué paz?, con todo lo que me hicieron. Me tapaban la boca y me decían cállese que está bonita”.
Una
tercera describió la forma en que, hace casi 30 años, miembros del
Ejército la capturaron y, sistemáticamente, abusaron de su cuerpo. “Los
soldados me violaron, me quitaron la vergüenza, me dejaron desnuda.
Fueron unos 20. Regresé a mi casa y estaba todo quemado. Quemaron mi
casa con mi hijo adentro, murió sin nombre”.
La
cuarta testigo recordó que estaba embarazada cuando sufrió el hecho que
le ha significado un gran dolor en su vida. “Llegaron, bajaron,
quemaron mi casa. Me violaron, estaba en seis meses de embarazo y, a los
15 días, perdí el bebé”, añadió.
La
quinta de las ixiles en dar su testimonio fue la primera que habló en
español. Las cuatro anteriores necesitaron un intérprete. Describió como
la tropa llenó de vecinos la iglesia de su comunidad. “A todas nos
llevaron a un cuarto y nos violaron en el salón parroquial,” señala la
testigo. (Fuente: El Periódico)
El
pasado viernes, fecha histórica, se sentó un precedente importante.
Guatemala está empezando a andar por buen camino, hacia la democracia y
justicia verdadera sin importar quién es quién. Para muchos no significa
nada la condena contra el ex general, para muchos, como yo, significa
que hay esperanza, que se hizo justicia; que todos los sobrevivientes
del conflicto armado interno pueden estar en paz.
Guatemala
estuvo callada, a las generaciones que nacimos después del conflicto
armado interno, nos obligaron a callar lo ocurrido, nadie nos contó
nada, me comentaba una docente.
Yo no estoy dispuesta a callar, no negaré a las generaciones venideras que sepan cómo se forjó el país donde habitamos.
Tengo la responsabilidad como persona consciente, de transmitir a mis hijos las historias que llevo en mi memoria, las que no viví, pero escuché y leí. Hagan ustedes, mis queridos lectores, lo mismo, donde quiera que estén.
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